En muchos informes de Neurología aparecen términos como “infarto lacunar”, “hiperintensidades en sustancia blanca”, “dilatación del espacio perivascular” o “microsangrados subcorticales”. Toda esta terminología son formas de manifestación de la Enfermedad Pequeño Vaso (EPV), una patología cerebrovascular que causa entre el 20-25% de los ictus, y el 45% de las demencias, además de duplicar el riesgo de caídas y mortalidad. ¿Cómo es posible entonces que, probablemente, no hayas oído hablar de ella?
La EPV es una de las causas más comunes de enfermedad cerebrovascular, y afecta a los vasos de pequeño calibre en el cerebro (arteriolas). El riesgo de padecerla aumenta con la edad, y los dos tipos más comunes son:
- Arteriolosclerosis. Está asociada a hipertensión y diabetes tipo II. Consiste en un engrosamiento anormal de las paredes de los vasos sanguíneos.
- La angiopatía amiloide cerebral (CAA). Daño vascular asociado al depósito de una sustancia patológica (amiloide-b); la cual, coexiste también en la enfermedad de Alzheimer.
Es una enfermedad cambiante, que comienza con un periodo silencioso en el que no aparecen síntomas, pero que tiende a progresar, ya que las lesiones que la integran se acumulan en el cerebro hasta el punto en que deja de ser subclínica. Además, potencia considerablemente el riesgo de sufrir otra patología neurológica, por lo que no debe subestimarse su importancia.
¿Qué síntomas puede tener la enfermedad de pequeño vaso? ¿En qué puede derivar?
La sintomatología que presentan las personas con EPV puede ser muy variable, dependiendo de la localización de la lesión y la existencia de patologías asociadas. Sin embargo, entre las manifestaciones clínicas más frecuentes encontramos:
Síndrome Lacunar
Representan aproximadamente 1/4 de los casos de ictus isquémicos. Suelen presentar alteraciones relacionadas con la fuerza y sensibilidad: hemiparesia motora pura, síndrome sensitivo puro, síndrome de distria-mano torpe, paresia crural con hemiataxia ipsilateral y síndrome sensitivo-motor.
A pesar de que la mayoría de síntomas y signos son leves, estudios recientes han demostrado que el pronóstico tras los infartos lacunares no es benigno, ya que existe un mayor riesgo de ictus recurrente y de deterioro cognitivo.
Deterioro Cognitivo Vascular (DCVa)
Es el segundo tipo de demencia más frecuente. Se presenta típicamente en un patrón escalonado y gradual, que afecta la velocidad de procesamiento y las funciones ejecutivas. Es decir, que los primeros síntomas o los más graves suelen ser una mayor lentitud para pensar, hablar o para responder; y más dificultad para organizarse, planificar, llevar cosas de cabeza o adaptarse a los cambios.
Alteración de la marcha
Entre las alteraciones de la marcha asociadas a EPV se encuentran mayor lentitud, longitud de zancada más corta junto con tiempos de doble apoyo más prolongados; y apraxia de la marcha (caracterizada principalmente por falta de iniciación de la marcha, mutismo acinético y rigidez).
Las personas que presentan deterioro cognitivo junto con alteraciones de la marcha y ralentización motora tienen mayor probabilidad de evolucionar hacia una demencia en los siguientes 6 años. Por lo que el trabajo coordinado entre Fisioterapia y Neuropsicología permitiría identificar precozmente este tipo de perfil e iniciar lo antes posible una intervención orientada a promover la capacidad funcional.
Incontinencia urinaria y depresión.
Las lesiones de este tipo, cuando afectan a sustancia blanca, están asociadas con discapacidades altamente limitantes, como la incontinencia urinaria y los comportamientos motores aberrantes (deambulación, actividad sin finalidad y actividades inapropiadas).
Dependiendo de la localización y gravedad de la lesión, puede incluir alteraciones de la personalidad y del estado de ánimo (apatía, depresión, incontinencia emocional).
¿Qué posibilidades de intervención existen?
El tratamiento de EPV se centra, por un lado, en el control médico de factores de riesgo cardiovascular (por ejemplo: la hipertensión y la diabetes); y, por otro, en la rehabilitación de las secuelas físicas, sensoriales y cognitivas.
El abordaje rehabilitador permitirá no solo la recuperación o mantenimiento de las funciones afectadas, si no también la identificación de posibles signos de alarma que indiquen una evolución hacia, por ejemplo, el desarrollo de una demencia.
El trabajo multidisiciplinar posibilita una valoración integral del paciente, siendo posible, en el caso de percibir ciertos déficits cognitivos iniciales o la aparición de los mismos, llevar a cabo una valoración neuropsicológica que confirme dichas sospechas.
La identificación precoz permite mantener el nivel de rendimiento cognitivo en un punto más alto que si se inicia en años posteriores, cuando se hayan deteriorado en mayor grado. La estimulación cognitiva, incluso en etapas iniciales de la demencia, permite prolongar durante más tiempo el funcionamiento cognitivo óptimo, retrasando el avance del deterioro.