LLAMA Y PIDE CITA EN NUESTRO CENTRO DE FERROL: 881 939 195

MIEDOS DE MAMÁS, PAPÁS Y EL NIÑO EN LA ALIMENTACIÓN

LOS MIEDOS DE NUESTRO HIJO

Imaginad ser un niño selectivo que se enfrenta a una gran ansiedad cada vez que llega la hora de comer. Un niño selectivo, cuya relación con la alimentación es de todo menos sencilla.

Cinco veces al día, le ofrecen platos que desconoce por completo: algunos con olores extraños, otros con colores poco conocidos, alguno con texturas que le resultan desconcertantes… Cada bocado parece una batalla porque lo que antes era familiar y seguro, ahora se ha convertido en una fuente de miedo y rechazo. La incomodidad de enfrentarse a lo desconocido es constante, y cada vez que se sienta a la mesa, esa sensación de temor crece.

El miedo no solo está en el sabor o en el aspecto de la comida, sino también en la presión social; que parece no entender por qué no puede disfrutar de lo que para muchos es tan común.

Es posible que algunas de estas frases os resulten familiares o que se las hayáis escuchado a vuestro hijo: “no es la comida que me gusta”, “si no como, voy a enfadar a papá y mamá”, “no quiero tocar ese alimento, no lo conozco”, “esa taza no es la mía”, “ese yogur no es el que como siempre”, “¿y si como eso y vomito?”, “yo quiero la manzana verde, no la roja”.

Estas expresiones reflejan la compleja relación que algunos niños desarrollan con la comida, influenciada por sus preferencias sensoriales, sus rutinas establecidas y sus experiencias previas. A menudo, detrás de estas frases se encuentran preocupaciones profundas como el miedo a lo desconocido, la necesidad de controlar su entorno y la búsqueda de seguridad en la repetición de lo conocido.

alimentacion

LOS MIEDOS DE LAS MAMÁS Y PAPÁS

Imaginad ser una madre o un padre que, cada día, enfrenta la angustia de ver a su hijo rechazar la comida. Cada comida se convierte en una batalla, un momento de tensión en el que intentas, con paciencia y desesperación, que al menos dé un pequeño bocado.

Pruebas recetas nuevas, cambias texturas, insistes con dulzura y, a veces, con frustración; pero nada parece funcionar. No comprendes por qué rechaza los alimentos, qué es lo que le molesta o le asusta. Te preguntas si es una fase, si estás haciendo algo mal, si su crecimiento se verá afectado… Y mientras buscas respuestas, el estrés y la impotencia se instalan en cada comida, transformando algo que debería ser natural y placentero en un desafío diario.

Frases como estas pueden resultar familiares para muchas familias que, día tras día, enfrentan dificultades en la alimentación de sus hijos: “no entiendo por qué quiere colocar los cubiertos ahí”, “siempre es lo mismo, nunca quiere nada de lo que preparo”, “no se está nutriendo bien, tiene una dieta restringida”, “no podemos ir a las comidas familiares”, “si compro otros yogures, no los quiere”.

Estas frases no solo expresan dificultades en la alimentación, sino también el peso emocional que conlleva para las familias, la sensación de lucha constante y la necesidad de apoyo y comprensión.

¿QUÉ SE DEBE HACER EN AMBOS CASOS?

Las comidas deberían ser momentos de conexión, disfrute y nutrición; pero cuando aparecen dificultades en la alimentación, pueden convertirse en una fuente de estrés tanto para los niños como para sus familias.

Por eso, es fundamental encontrar un equilibrio en la relación entre mamá/papá, el niño y la alimentación, evitando que la mesa se convierta en un campo de batalla:

  • Reducir la presión y la ansiedad en torno a la comida es clave: a menudo, la insistencia en que el niño coma ciertos alimentos o en determinadas cantidades genera resistencia y malestar; reforzando el rechazo.

Para evitarlo, es más beneficioso adoptar una actitud de acompañamiento, respetar su ritmo y sus preferencias sin forzar ni castigar.

  • El miedo a lo desconocido es una reacción natural en los niños, especialmente cuando se trata de la alimentación: para que acepten nuevos alimentos, primero deben sentirse seguros y cómodos con los cambios.

Los profesionales pueden ayudar creando un ambiente positivo a través del juego y la exploración sensorial, además de reforzar verbalmente la idea de que probar algo nuevo no es una obligación, sino una oportunidad.

  • Introducir nuevos alimentos no es solo una cuestión de presentación, sino también de adquisición de habilidades: los niños necesitan aprender a tolerar visualmente el alimento, tocarlo, olerlo y, finalmente, probarlo.

Para ello, pueden emplearse técnicas como el uso de utensilios para explorarlo, la participación en su preparación o juegos de imitación. A través de la repetición y la exposición sin presión, ganan confianza y reducen su resistencia a los alimentos desconocidos.

  • Cuando el niño ha desarrollado comodidad con un nuevo alimento en un entorno de juego o terapia, es momento de trasladar esa habilidad a la mesa: para que esa transición sea exitosa es importante hacerlo de forma progresiva, asegurando que el niño se sienta seguro.

Se pueden emplear estrategias como presentarle el alimento junto con opciones familiares, permitirle elegir la cantidad, o explorar diferentes formatos para que encuentre su preferencia. En este proceso, la paciencia y el refuerzo positivo son fundamentales.

Cada niño tiene su propio ritmo para adaptarse a los cambios alimentarios y tratar de acelerarlo puede generar resistencia o ansiedad y acabar siendo contraproducente. Por ello, es importante celebrar cada pequeño avance sin presiones ni comparaciones.

A veces, progresar significa simplemente tolerar la presencia de un alimento en el plato, interactuar con él o aceptar pequeños bocados. Lo importante es construir un ambiente de confianza donde el niño sienta que su ritmo es válido y respetado.

¡Pasito a pasito, cada avance cuenta y suma en el camino hacia una alimentación variada y placentera!

Si tu hijo tiene selectividad alimentaria, nuestro equipo de logopedas estará encantado de ayudaros.